Por: Tatiana Pardo Ibarra FUENTE: EL ESPECTADOR
Esta semana el Instituto de Investigaciones del Pacífico (Iiap) anunció que adelantará estudios biológicos para declarar a Nuquí, Bahía Solano y la Serranía del Baudó como las primeras reservas de la biosfera ubicadas en el Pacífico colombiano. Esta categoría tiene como ventaja proteger los ecosistemas a la par que se incentiva el turismo ecológico.
En este momento el país cuenta con cinco reservas de la biosfera, una figura internacional que busca no sólo fortalecer los lazos entre la naturaleza y las poblaciones, sino también promover el desarrollo sostenible, el intercambio de conocimiento, la investigación, la protección de ecosistemas y, de manera muy especial, reducir la pobreza.
Además del cinturón andino en el sur de la cordillera de los Andes, El Tuparro en Vichada, la Sierra Nevada de Santa Marta, la Ciénaga Grande de Santa Marta y Seaflower en San Andrés, la idea es que en 2017 nuevos lugares se sumen a la lista. De hecho, en ese año, el Liap espera concluir los estudios para que este rincón del país haga parte de los mayores tesoros naturales del planeta.
Josefina Klinger es una de las más conscientes del tesoro que la rodea. Ha sido uno de los rostros más conocidos del país por promover el turismo comunitario en la zona, con especial atención en el Parque Nacional Natural Utría a través de la Corporación Mano Cambiada, donde es directora. El Espectador habló con ella sobre lo que significa trabajar en un departamento donde parecen confluir todos los problemas del país, pero donde la oportunidad de la Unesco, de impulsar el desarrollo local, podría sacarlos de la pobreza en la que muchos viven.
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Josefina Klinger Zúñiga tiene 54 años y tres hijos. Nació en Nuquí, pero ha vivido en Panamá, Medellín, Bahía Solano, Quibdó, Bogotá y Cali. Su casa en Nuquí queda a media cuadra de la iglesia, prácticamente sobre la playa. Tiene dos pisos, un balcón de madera con helechos que se sostienen del techo, una habitación sencilla pero amplia, una hamaca de colores que cuelga de las tejadas y una mesa pequeña donde suele poner la taza de tinto. Vive rodeada de agua y palmeras, de mar y selva.
Es tal vez una de las mujeres más conocidas del departamento. Fue ganadora del Premio Mujer Cafam 2015 y desde 2006 lidera la Corporación Mano Cambiada, que busca fortalecer el ecoturismo en la zona y desarrollar proyectos sociales, educativos, culturales y ambientales para la población local, especialmente niños y jóvenes.
Aunque el departamento pareciera cargar con los calificativos de desgracia y miseria sobre la espalda, dado que la minería ilegal e informal, la deforestación, el narcotráfico, la violencia, la corrupción y el olvido estatal han hecho de las suyas durante décadas, hay quienes luchan cada día por cambiar esa percepción. Josefina es una de ellas.
La economía de Chocó se basa principalmente en la pesca, la minería, el turismo y el cultivo de plátano, yuca y frutos autóctonos. Pero, a pesar de la abundancia natural que posee en sus entrañas, no hay grandes empresas que transformen los productos o generen empleo a la población local. Por ello, muchos migran para vender su mano de obra barata en otras ciudades con la intención de, algún día, poder entrar a la universidad o tener un trabajo estable y bien pago.
Josefina, ante tanta necesidad en su pueblo, tanto discurso desesperanzador con el que se educaba a los niños y tanto letargo institucional decidió convertirse en una líder local, con todas las bondades y desventajas que vienen incluidas en el paquete.
Según cuenta, su trabajo social empezó con el colegio, cuando “los profesores llegaban borrachos a dictar clases, no entregaban los boletines a tiempo, no revisaban tareas o simplemente no iban a trabajar como si fueran los reyes de esta tierra”.
—La escuela del municipio es una fábrica de pobres, con aulas de mala calidad y docentes desesperanzados que enseñan a los niños a sentirse víctimas del Estado. El educativo es un sector poderoso, al que no se puede criticar y que olvidó la trascendencia del trabajo que hace. Es una violencia sistemática que nadie es capaz de visibilizar, pero que tiene graves consecuencias porque se les enseña a los niños y jóvenes que este es el peor lugar del mundo para vivir y que por eso tienen que irse a buscar nuevas alternativas para surgir, para ser alguien en la vida.
Fue a los 32 años, después de padecer tuberculosis cerebral y de pasar varias semanas en cama al borde de la muerte, que Josefina tuvo dos “revelaciones”: todo su trabajo lo estaba haciendo desde lo material y con la generación que no era. Tenía que trabajar “con los niños, con la nueva semilla y no con los adultos que ya estaban llenos de miedo y con una sensación constante de escasez y pobreza”, piensa Klinger. A ella también la atacó esa misma sensación de desconsuelo, por eso tantas veces insistió en escapar del Chocó.
—El problema es que mientras nosotros intentamos hacer turismo comunitario, aquí viene el narcotráfico y arrasa con todo en cuestión de segundos. Los niños crecen con una visión errada de que todo se puede conseguir rápido y sin esfuerzo. Es muy difícil que la gente comprenda que no sólo podemos ser mano de obra barata, sino también empresarios, innovadores y anfitriones en nuestra propia tierra. Y eso es difícil por la sencilla razón de que estamos vendiendo el concepto de turismo sostenible en un territorio con necesidades básicas insatisfechas, históricamente abandonado y con gobernantes negligentes.
Irónicamente, Josefina terminó viviendo aquí no por gusto, sino por necesidad económica, porque era madre soltera, joven y tenía que alimentar a dos hijos a los que no podía seguir enviando al colegio con el estómago vacío, como alguna vez ocurrió.
—Yo no quería venir porque para mí este era el lugar donde se quedaban todos los fracasados, los que no aspiraban a nada, los conformistas. Terminé aceptando la propuesta de una amiga mía para ser vendedora en una droguería, pero siempre con la ilusión de que, algún día, un turista me contrataría como empleada, me llevaría a otra ciudad (Bogotá, Cali o Medellín, preferiblemente) y luego, con mi personalidad y esfuerzo, llegaría a trabajar en una gran empresa. Me fui de Quibdó porque allá la realidad es muy diferente, lo más fácil era ser prostituta y eso nunca estuvo entre mis planes.
Quienes la conocen aseguran que es una persona exigente y apasionada con todo lo que hace. Es hija única, de papá alemán y mamá nuquiseña, aunque tiene 21 medio hermanos. Es el resultado de una infancia solitaria, de una adolescencia rebelde llena de inseguridades, de una adultez que transcurrió entre la escasez y la abundancia, entre la soledad, el resentimiento y la falta de oportunidades, entre el reconocimiento nacional y el rechazo local.
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Tras considerar este municipio como la peor opción para vivir, se dio cuenta de que había un potencial extraordinario en Nuquí dada su riqueza natural, pues hace parte del Chocó Biogeográfico, una de las zonas con mayor biodiversidad del planeta. Josefina no se equivó al apostarle al Chocó como destino turístico. Ahora Nuquí y Bahía Solano están a la espera de engordar el inventario de 125 reservas declaradas en Latinoamérica y el Caribe. Aunque Sanquianga, en Nariño, y la isla de Gorgona, en el Cauca, también están esperando convertirse en las primeras reservas del Pacífico colombiano.
El 90% del departamento es zona especial de conservación y cuenta con cuatro Parques Nacionales Naturales: Utría, Los Katíos, Tatama y Acandí Playón y Playona, razones por las que nacionales y extranjeros del mundo quieren conocerlo, especialmente entre los meses de junio y octubre, cuando las ballenas jorobadas recorren las cálidas aguas del Pacífico.
La Corporación Mano Cambiada trabaja en la ensenada de Utría; sin embargo, no escatima esfuerzos para cooperar con guías locales y posadas nativas de los demás corregimientos con el fin de que la gente logre sacarles provecho económico a todos los recursos naturales, que terminan siendo atractivos turísticos.
—La idea es rescatar actividades como la minga, la mano cambiada y el trueque, tres prácticas solidarias de complemento y no de competencia, que ya casi no se ven porque el dinero empezó a mediar nuestras relaciones sociales. La envidia y la falta de visión por parte de algunos locales obstaculizan el trabajo que algunos líderes intentamos impulsar. En el Chocó no es facil que estos procesos prosperen porque la gente está acostumbrada a la caridad, como si el mundo tuviera que pagarnos la deuda histórica que tiene con los negros.
A pesar de todo, de los comentarios malintencionados, de las amenazas que ha recibido y del rechazo de algunos, Josefina Klinger, la misma que cautiva con su sonrisa blanca y cabello afro desde la distancia, la que habla mirando a los ojos y casi nunca quiebra su voz, está decidida a seguir luchando por la región. Quiere ponerse a sembrar frutas, plátano y construir su casa en un lugar tranquilo rodeado de selva y mar, pero, por ahora, Nuquí, el lugar al que nunca quiso llegar pero ahora llama hogar, sigue siendo su prioridad, más ahora que podría ser declarado como Reserva de la Biosfera por la Unesco el próximo año.